jueves, 26 de abril de 2012

Plenario de comisiones de Legislación General y de Población y Desarrollo Humano del Senado de la Nación aprobó el dictamen de mayoría del proyecto de


Por unanimidad, ayer el plenario de comisiones de Legislación General y de Población y Desarrollo Humano del Senado de la Nación aprobó el dictamen de mayoría del proyecto de Identidad de Género, que podría convertirse en ley el próximo mes. La norma permite acceder a un DNI que respete la identidad autopercibida a las personas trans que lo soliciten, mediante un trámite administrativo y no judicial, como ocurre actualmente. Además, obliga al sistema de salud público y privado a proveer tratamientos hormonales, cirugías, implantes y operaciones de reasignación sexual a las personas trans sin patologizarlas.

“Nos gustaría que la ley sea aprobada por unanimidad, como se aprobó en Diputados la ley sobre femicidio (la semana pasada), ya que esta ley también tiene que ver con el respeto a la vida de nuestras compañeras y compañeros travestis, trans e intersex”, comentó ayer Cesar Cigliutti, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina. La CHA integra del Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género junto a la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (Alitt), el Movimiento Andiscriminatorio de Liberación y Futuro Transgenérico, entre otras agrupaciones.

Durante el plenario intervinieron Cigliutti y las activistas travestis Loahana Berkins, titular de Alitt, y Marcela Romero, de la Asociación de travestis, transexuales y transgéneros de Argentina (Attta). Los senadores acordaron darle un tratamiento prioritario al proyecto, que podría discutirse el próximo 9 de mayo.

“Esta ley es fundamental para la inclusión social e igualdad de oportunidades del colectivo trans”, expresó Esteban Paulón, presidente de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt).


Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-192652-2012-04-25.html

Varón, pa’ quererte mucho, varón, pa’ desearte bien

Cierro los ojos y trato de imaginarme con vagina y tetas, grandes, imposibles de esconder. Intento —aunque no sé si consigo— verme así, siendo otra, con “a” final, y a la vez siendo todavía el mismo que fui desde que nací. Cierro los ojos y trato de imaginarme que los demás me ven en ese cuerpo que no debería ser mío, y que el espejo frente a mis ojos de mujer les da la razón, pero yo sé que soy hombre. Es algo que uno simplemente sabe. Trato de pensar cómo sería haber tenido que escuchar ese nombre que no me nombra y decir “presente”, confirmando que esa desconocida era yo, día tras día, durante los siete años de la primaria y los cinco de la secundaria, si es que no me cansaba antes y me iba. Y, a los 18, bajo las miradas crueles de los demás, tener que hacer la fila de las mujeres para votar con el nombre de ella.

Es difícil ponerse en el lugar del otro si, encima, ese otro es otra y esa otra es uno. La situación que trato de comprender es de una alteridad tan radical que no creo ser capaz de decir: sí, entiendo cómo te sentís. Sin embargo, les pido a los lectores que hagan ese ejercicio antes de seguir leyendo, porque lo más complicado de la lucha de las personas trans por sus derechos civiles es que, a diferencia de lo que nos pasa a los gays, pocas personas (inclusive, pocos gays y lesbianas) consiguen ponerse en su lugar.

“Desde mi infancia me siento hombre pero, como mi familia es evangélica, nunca les conté y entendía que lo que me pasaba era algo malo y que Dios me tenía que cambiar para poder ser feliz. Recuerdo que desde los 7 u 8 años empecé a orar y pedirle a Dios que me cambie, que saque esos pensamientos de mi cabeza y que me haga una mujer como todos decían que debía ser. Recién a los 18, luego de tantos años de pedirle a Dios que me cambie, entendí que si durante todo ese tiempo él no me cambió, era porque no había nada que cambiar. Fue ahí cuando empecé mi proceso de adecuación y me fui a vivir solo, porque en mi casa ya era insoportable la relación con mi familia”, cuenta Gian Franco, de 25 años, que hoy vive con su novia en José Marmol, al sur del Gran Buenos Aires.

Gian Franco trabaja como programador de software y estudia ingeniería en informática en la Universidad Nacional de Avellaneda. Pero lo difícil fue la escuela, donde le decían “marimacho”. Como sus compañeros no sabían qué significa ser transexual, pensaban que era lesbiana, porque algunos creen —equivocadamente— que homosexualidad y transexualidad son diferentes grados de lo mismo. Pero a Gian, lo que más le dolía no era eso, sino no poder ser parte del grupo de los varones, donde sentía que pertenecía. Ya más grande, cuando salía a buscar trabajo, la entrevista terminaba al mostrar ese DNI con nombre de mujer. Una vez consiguió pasar, pero cuando sus jefes lo vieron en una entrevista en televisión diciendo que era un hombre trans, lo echaron.

“Creo que, más allá de la discriminación de los otros, yo mismo me discriminaba, intentaba cambiarme, amoldarme a los parámetros de la sociedad y la Iglesia… Me boicoteaba a mí mismo”, dice ahora. Su vida cambió cuando se aceptó: “Me dejé ser feliz de una vez por todas”. Conoció a Claudia Pía Baudracco y empezó a militar en ATTTA y en la Federación Argentina LGBT, donde encontró a otros como él. “No tuve que ocultarme más”, dice con alivio.

Para Thomas —23, estudiante de la UBA, empleado de una empresa de artículos electrónicos, de novio hace tres años—, lo importante no era ponerle nombre. “Nunca descubrí que era trans, simplemente encontré una forma de llamarlo para que la gente entienda lo que sentí toda la vida, que es nacer en el cuerpo equivocado. Suena a frase hecha pero es la única forma que tengo de describirlo”, explica.

“Mi infancia fue la de un varoncito que vestían con polleritas (cuando se dejaba y no lloraba como un marrano a cambio de alguna golosina)”, recuerda. Ya desde los 4 o 5 años lo pasaban a buscar los chicos del barrio para jugar a la pelota. Cuando tomó la primera comunión, lloraba como si fuera el último día de su vida, porque lo obligaban a ponerse en la fila de las mujeres.

Thomas creía que era el único varón trans del país, porque siempre que se habla de trans, se habla de mujeres, sean travestis o transexuales. Ellas tienen hasta una actriz famosa y deseada en el teatro y la televisión; de ellos muchos ni siquiera saben que existen.

A Diego Alejandro fue justamente la televisión que lo ayudó a entenderse. El clic fue la aparición —debe haber sido así, como una aparición— de Alejandro Iglesias, el chico trans de la edición 2011 de Gran Hermano, que por primera vez le dio visibilidad en los medios a la transexualidad masculina y a él, un segundo nombre. Cuando lo vio por televisión, le cayó la ficha: “Entendí que era hombre”. Un hombre trans. Y también supo que no estaba solo: “Si él podía ser Alejandro, yo podía ser Diego”.

En la primaria había sufrido más la discriminación de las maestras y de sus compañeros, pero él se hacía respetar con violencia para no sufrir agresiones o insultos. Era peleador. Pero todavía no sabía exactamente por qué, qué era lo que hacía a los demás verlo como un bicho raro y a él sentirse diferente, qué le pasaba.

Ahora, con 18 años, Diego está en el secundario y dice que, cuando lo entendió y lo dijo, la familia lo tomó bien. En cierto modo, para ellos también fue una liberación: por fin encontraban una explicación, una respuesta para sus actitudes y su depresión. Él les dijo que era Diego y sería Diego para siempre y ellos lo aceptaron. Y todo empezó a cambiar.

Porque sí, puede haber finales felices. Poético, Bruno Sebastián explica que descubrirse trans le hizo sentir “la confusión desgarradora de sentirme extranjero en la equivocada geografía de mi propio cuerpo o el nomadismo obligado de quien cree que nunca va a pertenecer a ningún lugar”, pero, aclara, hoy se considera a sí mismo un tipo afortunado y sin reclamos que hacerles a los suyos. Su familia lo respetó desde chico, cuando comenzó a crecer jugando a la pelota y a los playmobils, soñando con ser corsario desde la copa del imponente ciruelo del jardín. “No me expulsaron por ser distinto a lo que soñaban”, como les pasa a muchos, ni lo encadenaron a ritos y costumbres que jamás lo habrían podido representar.

Bruno tiene 30 años y hace 18 que está en pareja con una mujer que conoció aún adolescente y lo enamoró con sus rulos y sus jeans pintarrajeados, y eso lo hace feliz. Trabaja como profesor de inglés y dice que en su entorno laboral siempre se sintió querido y respetado. Hace seis meses que realiza el tratamiento con testosterona, luego de pasar por varios estudios clínicos para iniciar la transformación física que necesitaba para sentirse a gusto con su cuerpo. Y ya nadie lo confunde por la calle con una mujer.

Por fin, está contento con la imagen que le devuelve el espejo.

Cuando decidió empezar los tratamientos, se lo contó a su familia y la de su pareja, a sus amigos y compañeros de trabajo y hasta a los dueños de los perros que juegan con el suyo cuando lo saca a pasear, y las reacciones fueron, en todos los casos, positivas. “Definitivamente, soy un tipo con suerte en una sociedad que está cambiando. Para mejor”, dice.

Y sí, está cambiando. El Senado argentino está a un paso de aprobar la ley de identidad de género (hoy recibió dictamen unánime en comisión) que les reconocerá a Gian Franco, Thomas, Diego Alejandro, Bruno y tantos otros y tantas otras el derecho a ser quienes son, tener un DNI que lo confirme y hacer con su cuerpo lo que la ciencia permite y ellos quieran. Si se aprueba, será la ley de identidad de género más avanzada del mundo, privilegio argentino, tiempo atrás inimaginable, fruto del esfuerzo de muchos activistas y del enorme cambio cultural que produjo el debate del matrimonio igualitario.

Thomas no precisará trabajar más en negro, como tuvo que hacer muchas veces para no tener que presentar el DNI, ni usar un nombre de mujer para votar, ni bancarse esas caras cuando muestra un documento que no dice que se llama Thomas. Gian Franco podrá recibir un diploma de ingeniero que diga Gian Franco. Bruno podrá hacer una compra con tarjeta de crédito y viajar con un pasaporte que diga su nombre y no sea humillante mostrarlo. Y Argentina podrá decir, como en julio de 2010, que es un país más justo que el día anterior.

Qué lindo que va a ser.

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Para comunicarte con el grupo de varones trans de ATTTA:

Tel.: 11-3445-4426 Gian Rosales / 11-3063-5967 Diego Watkins